lunes, 23 de febrero de 2009

Prócer y devoto mariano


Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, el general Manuel Belgrano, ha sido no sólo el creador de la Bandera Nacional y vocal de la Primera Junta de Gobierno. El paso de los años ha rescatado del prócer la figura más humana y, a la vez, estrechamente arraigada a la fe en nuestro Señor Jesucristo y con un fuerte carisma mariano.



Señala la historiadora Lucía Gálvez en un artículo publicado por el diario Clarín que uno de los rasgos del creador de nuestra Bandera era su indudable altruismo, que él resumía con sencillez en el deseo de ser útil a sus paisanos. Tanto en lo público como en lo privado fue consecuente con los valores que inculcaba a sus compatriotas: Justicia, buena fe, decencia, beneficencia, espíritu...

Hubo muchos sacerdotes en esta familia, próspera y trabajadora, de padre genovés y madre porteña de origen santiagueño; lo curioso es que uno de ellos fue su propio bisabuelo, quien entró en el seminario después de la muerte de su mujer. También un tío abuelo, un tío materno y su propio hermano Estanislao Domingo pertenecieron al clero.

En septiembre de 1810 Belgrano parte como militar al frente de la expedición al Paraguay y se detiene en la villa de Luján para hacer celebrar una Misa, a la cual asiste al frente de su tropa. El manifiesto patriotismo del jefe mueve a uno de sus oficiales a preguntarle cuáles habrían de ser los colores de la futura enseña nacional. Belgrano extrae de su chaqueta una cinta blanca y celeste, de la cual pendía una medalla de la Inmaculada, y dice: Estos son los colores de la Patria... La medalla era la insignia de la Orden de Carlos III como agradecimiento a Dios por el nacimiento del infante Clemente, primer nieto del rey. Esta Orden estaba, según sus estatutos, bajo la protección de la Inmaculada Concepción de María Santísima, y premiaba a quienes hubiesen mostrado celo y amor a su servicio, distinguiéndose, por sus virtudes y otras cualidades.

Belgrano izó por primera vez la bandera que había concebido el 27 de febrerode 1812, durante la gesta por la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Tomó los colores de la escarapela que ya estaba en uso. Buenos Aires debió esperar hasta el 23 de agosto de 1812 para ver el pabellón alzándose desde la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, ubicada donde hoy se encuentra el Obelisco.

La Asamblea de 1813 promovió en secreto el uso de los colores identificativos de la Patria naciente, pero no dictó normas inherentes. Más aún, prefería no insistir en ese momento con actitudes y símbolos manifiestamente independentistas, dado que en su seno aún se discutía si eradable o no cortar lazos con España. Tras la declaración de independencia el 9 de julio de 1816, la bandera azul-celeste y blanca fue adoptada como símbolo por el Congreso el 20 de julio. Se le agregó el sol el 25 de febrero de 1818.

Nuestra bandera es la única que luce el color propiamente celeste. Hay otros países, como Uruguay, El Salvador y Grecia que combinan el blanco con el azul turquí, parecido al celeste, pero no exactamente el mismo...Cabe señalar que el celeste no es un color que se utilice en la heráldica ni figura en sus catálogos. Esos colores representan exactamente el misterio de la Inmaculada Concepción. De allí que las bandas celeste y blanca hacen de la bandera argentina una bandera marial, con colores litúrgicos y no heráldicos.

Desde la antigua España veamos en el contexto histórico que vivió Belgrano y su relación con el dogma de la Inmaculada Concepción...

En la historia de la Iglesia, es España la que se enorgullece de haber recibido y celebrado este misterio desde el siglo IV. La imagen de la Virgen María en su advocación de la Inmaculada Concepción, está representada en susvestiduras con túnica blanca y manto azul-celeste. Fueron los Reyes Católicos -Isabel de Castilla y Fernando de Aragón- quienes establecieron la Congregación de la Purísima, distinguiéndose sus cofradespor la saya y el escapulario blanco y el manto azul celeste.

Y fue Carlos III quien creó la Orden de la Inmaculada, cuya insignia fue una banda de seda ancha, dividida en tres franjas iguales: la del centro, blanca, y las dos laterales, celestes.

En 1530 la Universidad de Valencia fue la primera en tomar partido por la doctrina de la Inmaculada Concepción, y cuando a sus egresados se les entregaban sus títulos debían jurar defender el Misterio.

Luego le siguieron todas las casas de estudio españolas, llegando el caso enla de Granada, a formular voto de sangre: los laureados se comprometían averter su sangre en defensa de la doctrina de la Inmaculada Concepción.

Cuando España se lanzó a la conquista y evangelización de América las órdenes religiosas fueron propagadoras de la devoción y el culto resultantes. En 1602 los padres franciscanos crearon en la incipiente Buenos Aires la Pía Unión de la Purísima y sus miembros usaban como distintivo sobre el pecho y la espalda la cinta azul celeste y blanca.

Lo mismo hicieron los jesuitas, que llevaban colgadas del cuello una medalla tomada con cinta celeste y blanca.

Tanto en España como en América, cuando el ritual lo establecía se empleaba nornamentos de color azul-celeste en la celebración de la misa, lo que constituía toda una curiosidad. Es que los tonos litúrgicos autorizados por la Iglesia Católica eran, desde el siglo X, blanco, encarnado, verde y negro. Pero hubo excepciones, como a la Iglesia de París, que se le permitió el ceniza y el amarillo para el oficio de celebraciones litúrgicas. También con España y sus posesiones se hizo una excepción, y se permitió el uso del celeste.

En la escuela hemos aprendido que Manuel Belgrano cursó Derecho en Salamanca y Valladolid. Y como todo graduado en estas universidades, el novel abogado juró vivir y morir en nuestra santa religión y defender el misterio de la Inmaculada Concepción de María Santísima, Patrona Universal de España y delas Indias.

Belgrano fue secretario del Consulado de Buenos Aires en 1783, y no sorprende que haya sido el inspirador de la primera acta del mismo, en que se imploraba la intercesión de Nuestra Señora la Virgen María en su Purísima e Inmaculada Concepción en las tareas que se inauguraban. No sería extraño que el propio doctor y futuro general haya impulsado la iniciativa de dar al organismo una bandera con los colores reverenciados y un escudo que igualmente los ostentaba. Esto reforzaría la tesis de que, cuando años más tarde eligió los colores que identificasen a la Bandera Nacional, haya tenido muy en cuenta el significado litúrgico que entrañaban.

El Día de la Bandera el 8 de junio de 1938, con aprobación del Congreso de la Nación, el entonces Presidente Roberto Ortiz, promulgó la ley 12.361. Esta dispone que el 20 de junio sea instituido en adelante como el Día de la Bandera y lo declara feriado nacional, como homenaje a Manuel Belgrano, fallecido ese día del año 1820.




fuente: todomaria.com

domingo, 8 de febrero de 2009

Charles Taylor analiza la vida secular

Probablemente no conozcan a este filósofo canadiense contemporáneo, o quizás lo hayan escuchado nombrar… es por eso que me atrevo a escribir sobre este ciudadano que ya está dejando mucho que hablar en el ambiente tanto político, moral, filosófico religioso y científico. Sí… han leído bien… en el ambiente “religioso y científico” y es justamente porque aspira a tender puentes entre corrientes a menudo enfrentadas: Ilustración y comunitarismo, fe y razón, filosofía y acción política.
En su último libro publicado “A Secular Age” trata temas por demás interesantes que me gustaría compartir, pero sin antes darles una breve reseña biográfica.

Filósofo e intelectual canadiense, (nació en 1931) es profesor de derecho y filosofía en la Northwestern University (Estados Unidos) y profesor emérito del departamento de filosofía de la Universidad Mcgill (Montreal).
Charles Taylor realiza un riguroso diagnóstico de la modernidad y de todas las nociones que se enraizan en nuestra cultura. En su obra magna, "Las fuentes del yo" explora la génesis del yo moderno, en la que ocupan un lugar central las ideas filosóficas (de pensadores como Descartes, Locke, Platón, Kant, etc) y representaciones artísticas (como la poesía, la lieratura y la pintura).
Estas nociones modernas son:
  • La idea del yo desvinculado o capaz de distanciarse de su tradición;
  • la afirmación de la vida corriente o de la producción y la familia; y
  • nuestro sentido de benevolencia hacia los demás.
Sus ideas sobre el multiculturalismo han tenido enorme influencia en estos tiempos en que otros países se enfrentan al problema de la integración de sus minorías.

Recibió el Premio TEMPLETON en 2007 por sus obras en torno a la historia de la modernidad y su relación con la teoría moral contemporánea.
Por si no saben, El Premio Templeton (cuyo nombre completo, en inglés, es Templeton Prize for Progress Toward Research or Discoveries about Spiritual Realities) es un premio internacional otorgado anualmente desde 1972 por la Fundación Templeton a las personalidades que contribuyen a la investigación o los descubrimientos de realidades espirituales.
El Premio rinde homenaje a una persona viva que haya hecho una contribución excepcional a la afirmación de la dimensión espiritual de la vida, ya sea a través de una idea, descubrimiento, o la práctica de determinadas obras.
Hombres y mujeres de cualquier credo, profesión u origen nacional pueden ser nominados para el Premio Templeton. Algunos galardonados han demostrado el poder transformador de virtudes como el amor, el perdón, la gratitud, y la creatividad. Otros han proporcionado nuevos conocimientos científicos sobre las cuestiones relativas al infinito, en última instancia la realidad, y el propósito en el cosmos. Cabe destacar que el importe del premio es superior al Premio Nobel. Entre las personas premiadas, también se encuentra la Madre Teresa de Calcuta.

En el discurso de aceptación del premio, Taylor se centró en la actual brecha que separa la fe y la razón:
“... Hemos de encontrar alguna forma de derribar el muro que se alza entre nuestra cultura científica contemporánea y los estudios académicos, por una parte, y el ámbito del espíritu, por otra. Este ha sido uno de objetivos que han dirigido mi propio trabajo intelectual, y verlo así reconocido me llena de gozo y humildad a la vez”.

Uno de los pensamientos más convincentes de Taylor es cuando afirma que desde la Ilustración del siglo XVIII, las ciencias sociales se han centrado casi exclusivamente en “el individuo” como el portador de la verdad y la dignidad. Esto, a su vez, ha llevado a colocar la verdad en un ámbito abstracto de la razón objetiva, contrapuesto a la historia y a la tradición.

Por consiguiente, se ha acabado por transformar los principios morales en un contrato social entre individuos racionales que se ponen de acuerdo en una situación de deliberación ideal.

De ahí que el hombre ideal de la Ilustración es un individuo aislado, que en actitud escéptica guarda las distancias con su iglesia, su comunidad y sus antepasados. De la misma manera, el Estado y la sociedad son meros proveedores de servicios que protegen las libertades y derechos del individuo, gestionan los conflictos y la competencia, y le brindan distintas opciones para su realización y su consumo individuales.
En otros tiempos, la justicia implicaba una concepción compartida del bien moral. Hoy, en cambio, la justicia es una función de la capacidad de la sociedad para proveer a las necesidades materiales de los ciudadanos y para salvaguardar sus libertades.

Las grandes cuestiones de la religión y el sentido de la vida se desechan como asuntos en los que el Estado no tiene interés alguno. La consecuencia de este individualismo exagerado, insiste Taylor, es que los filósofos y los cultivadores de las ciencias sociales han perdido de vista las dimensiones sociales e históricas de la verdad y de la personalidad humana.

Taylor reprocha a las teorías morales contemporáneas que son abstractas y sin vida. En ellas, la verdad de los principios morales aparece desconectada de la cuestión de en qué consiste para los seres humanos una vida buena. Por tanto, olvidan lo fundamental que es para todos nosotros la pregunta por el sentido. ¿Cuál es el fin de la existencia? ¿De dónde venimos? ¿Adónde iremos? ¿Qué significa vivir una vida buena? Muchos filósofos contemporáneos desprecian estas cuestiones por considerarlas sin sentido.


Pero, según Taylor, no podemos dejar de lado las realidades espirituales en la vida pública: “La ceguera a la dimensión espiritual de la vida humana nos hace incapaces de explorar cuestiones que son vitales para nosotros. O, por decirlo de modo positivo: recuperar lo espiritual abre horizontes en los que se torna posible hacer descubrimientos importantes e incluso emocionantes”.

Este prestigioso filósofo, desea invertir la tendencia a la secularización radical. Sostiene que desde el principio mismo de la historia el deseo de conocer la verdad sobre el hombre y el mundo ha impulsado a los seres humanos, ha dado sentido a su vida y ha configurado el desarrollo de la cultura.

Sócrates, uno de los padres de la filosofía, pasó su vida intentando responder a la llamada del oráculo de Delfos: “conócete a ti mismo“. Taylor escribe en su breve pero estimulante libro “La ética de la autenticidad”: “Solamente si existo en un mundo en el que la historia, o las exigencias de la naturaleza, o las necesidades de los demás seres humanos, o los deberes propios del ciudadano, o la llamada de Dios, o alguna otra cosa de ese orden, tiene importancia crucial, puedo definir para mí mismo una identidad que no sea trivial”.

Hoy en día el escepticismo y el relativismo moral es moneda corriente y los ciudadanos parecen estar resignados a ser sacrificados trabajadores y consumidores de una cadena de producción y consumo. Pero… a pesar de su crítica al individualismo atomista y al proyecto de la modernidad, Taylor nunca ha dado por perdidos del todo a la Ilustración o a la democracia liberal. Su enfoque es positivo, no negativo ni áspero. “La Ilustración y la filosofía política liberal que fomentó contienen muchas intuiciones importantes sobre la dignidad de la libertad humana que no deberíamos desechar. Aunque el atomismo subsiguiente que se desarrolló en el siglo XX era equivocado y perjudicial, no deberíamos concluir que la libertad personal y el empeño crítico están sobrevalorados. Lo que hemos de hacer, dice Taylor, es repensar nuestras ideas de verdad, dignidad y libertad para cimentarlas en el terreno de las tradiciones históricas de pensamiento y reflexión moral que son más sustanciales que el modelo hoy dominante del egoísmo atomista y de la autosuficiencia intelectual. De esta manera la libertad personal será considerada como una expresión de nuestra autocomprensión colectiva más bien que como algo abstracto resultante de un hipotético contrato social entre agentes morales sin relación entre ellos.”


Si hay un mensaje central que Taylor quiere que extraigamos de su obra, es que la fe necesita a la razón y la razón necesita a la fe. Si falta una, la experiencia humana y el potencial humano quedan cojos. Esto es lo que Taylor llama pensamiento espiritual. Su último libro, (que a continuación menciono), está dedicado a esto, hacia los puntos de contacto entre religión y razón, y donde analiza el pluralismo religioso de la era moderna el significado de vivir en la era secular occidental actual.


“A Secular Age”

Es el título de su último libro. En el, Taylor explica la realidad contemporánea en la cual está inmersa la sociedad de hoy en día. Entre sus formulaciones, intenta explicar que ha sucedido entre el año 1500 al 2000... porque no se entiende, cómo de un mundo totalmente religioso y creyente te pasa a una nueva concepción del mundo totalmente desprovisto de fe… y encima gracias el “Cientificismo” que se convirtió en especia de nueva religión o ideología.
De una sociedad donde ser creyente era algo común a pasar de ser una sociedad donde creer en Dios es “nadar contra la corriente…” de un mundo “encantado” (según sus palabras) a un mundo “desencantado” donde las creencias no encuentran sustento ni pasión, ya que todo pasó a ser cuestionado por la razón, de la mano de la Ciencia.

El cientificismo, parece concebirse más como ideología, creando la premisa que sólo es creíble una verdad cuando es experimentada, afirmando que sólo lo empírico prueba la verdad.
Las ideas de antes comienzan a minimizarse y las nuevas vienen a descalificar al hombre… y a Dios.
El Estado Occidental pasó a ser neutral… y del Estado, esa tendencia se fue trasladando hacia los individuos ya que lo religioso fue desapareciendo del ambiente público… y también del privado… paulatinamente, vaciándose de Dios, ya no solo ha desaparecido los símbolos religiosos en las oficinas estatales, sino que en el ámbito privado, pasa lo mismo en los hogares…

Se ha pasado de una concepción en la que reinaba hablar de “nuestra religión” a decir: "MI" religión, adaptada de manera individual, amoldándola según gustos y conveniencias, mezclando conceptos de una y otra espiritualidad.

Taylor también explica que creer en Dios ya no es una opción única, sino que se ha convertido en “una opción” entre tantas otras, analiza el autor desde una perspectiva histórica que sintetiza el desarrollo de la cristiandad occidental y de los aspectos de la modernidad que llamamos “secular”.

Hoy, lo moderno, es lo secular -aunque en países como EEUU la tendencia es otra, a la religión se le está dando mucha importancia y es notable en ese sentido-.

Numerosas formas de religiosidad han desaparecido o se han desestabilizado, señala el autor, pero otras han sido creadas a su vez debido a que el papel de la religión dentro de las sociedades ha cambiado drásticamente en los últimos siglos. Además, la Reforma Protestante ha traído consigo la creación y proliferación de nuevos movimientos cristianos evangélicos. Muchos han nacido de un día para el otro, y vivido fugazmente, pero otros han crecido sobremanera, expandiendo sus nuevas doctrinas e ideologías por el mundo entero. (tanto el protestantismo tradicional, como sus derivados, pentecostales, etc.)

Es por eso, que de hecho, el filósofo afirma que no hemos abandonado del todo la religiosidad en la supuesta era secular, sino que, más bien, se han multiplicado las posibilidades religiosas y espirituales con las que los individuos y grupos sociales siguen intentando dar sentido a sus vidas y forma a sus aspiraciones espirituales. También es notable, según el filósofo, como en los últimos años las religiones tradicionales fuertes (como catolicismo, y el judaísmo) han vuelto ha renacer, como en una especie de un nuevo resurgimiento, a raíz del vacío existencial que el cientificismo no pudo llenar, ya que a decir verdad, la Ciencia no ha dado explicación a todo, como tanto prometió y encima dejando muchas veces desacreditada a la religión, ha dejado cuestiones sin responder... (Y es por ello, que en el caso de la Iglesia Católica, por ejemplo, a pesar de haber disminuído la cantidad de fieles en los últimos tiempos, ha vuelto a cobrar resplandor en muchos sentidos: por algo nació la Renovación Carismática Católica, en la década del 60, como resultado del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII)

Por otro lado, también existe la tendencia a las formas de religiosidad colectiva acentuadas hasta el punto de derivar en violencia, como ha sucedido con el terrorismo islámico o la guerra de Irak, señala Taylor.

Taylor explora en su obra los matices de la secularidad y, en particular, del dogma de la “muerte de Dios”. Según comenta The Vancouver Sun, el admirado filósofo canadiense parte del aforismo nietzscheano de “Dios ha muerto” para analizar un mundo dominado por la necesidad de evidencias científicas que han determinado que la idea de Dios y la pureza moral son una mera ilusión.
Pero este análisis lo hace como pensador, no como ideólogo religioso o ateo, sin caricaturizar a sus posibles oponentes y señalando que la corriente principal de la ciencia ha desencantado la experiencia de la realidad ante los ojos del ser humano.

El mecanicismo científico actual es reduccionista, señala Taylor, y no alcanza a explicar al completo todos los aspectos de la realidad. Por otro lado, el punto de vista del secularismo moderno ignora la capacidad humana de experimentar la trascendencia, que el filósofo vincula a la religiosidad, y que para él es incontenible.


El autor afirma, asimismo, que no existe contradicción entre ciertas perspectivas de Dios y las teorías científicas, pero añade que algunas ideas acerca de Dios deben desaparecer por cuestiones morales, puesto que no se puede creer que los problemas ha de resolverlos la divinidad, o un Dios dotado de magia, ni siquiera que se deban justificar ciertas acciones con la promesa de la vida después de la muerte.

La religiosidad moderna debe ser responsable, señala Taylor, y ha de tener en cuenta la manera en que dañamos a otros y a la Naturaleza. Además, afirma que una religiosidad que no apoye los derechos y libertades del ser humano debe desaparecer.
El libro de Taylor aborda además otros temas clave de nuestra época, como es el pluralismo. “Vivimos en una era plural“, señala el filósofo canadiense, en la que abundan los diferentes puntos de vista con respecto a la cuestión de la religiosidad: ateísmo, teísmo de distintas índoles, agnosticismo… Estas diferencias condicionan y definen las características de nuestra propia individualidad.

Asimismo, añade, existe una crisis de sentido contemporánea sin precedentes en la historia de la humanidad, que choca con el mundo encantado pre-moderno, en el que el problema era justo el contrario: entonces se daba una sobre-determinación del sentido, con una salvación posterior a la muerte que había que conseguir.

Taylor habla también de los cambios en la concepción del tiempo, que antes se vivía en función de días y momentos de celebraciones y ciclos (se le daba más importancia a los tiempos litúrgicos: adviento, navidad, cuaresma, pascua...) , mientras ahora ha pasado a ser lineal e instrumental, y se experimenta carente de sentido. "El reloj es el gran indicador del tiempo", el que rige la vida del ser humano, y pasó a ser ícono de la actualidad y vida cotidiana. Vivir sin reloj es anormal, y hasta frustrante. Dependemos de cada minuto, vivimos apurados, a las corridas, y hasta parece que un día no alcanza para hacer lo necesario.Por algo se le rinde tributo a este invento: la Torre del Reloj en Inglaterra!

Y bueno, finalizando el tema, hay que destacar que el persistente pluralismo de nuestra época evidencia que no existe un único punto de vista lo suficientemente satisfactorio para las conciencias. Tu verdad, la de aquel... ¿quien tiene la razón? ¿Cuál es la verdad verdadera? Discusiones en torno a esas cuestiones, hacen que a veces la convivencia no sea tan pacífica... Por algo la violencia extrema que se vive en la era secular apunta aún así a la necesidad del diálogo entre las partes.
Además, tanto escepticismo y Cientificismo cansaron, y de a poco, se va evidenciando como vamos volviendo a algo esencial, a algo que jamás se tuvo que haber descuidado... el plano espiritual, la fe, las ganas de creer, de tener esperanzas, lo que da, en definitiva, sentido a nuestras vidas.
Saludos y bendiciones a todos/as.


Bibliografía utilizada:
-Enciclopedia Wikipedia
-Portal web Aciprensa.com
-Portal Filosofia.com.mx
-Portal tendencia2.net