lunes, 31 de agosto de 2009

La búsqueda de la Justicia Social

Leyendo los Santos Evangelios, a muchos les ha pasado seguramente que intentan interpretar o, de alguna manera cuestionar la historia de los jornaleros en la viña (Mateo 20, 1-16) tildando la lectura como una enseñanza de tipo moral para el individuo y la sociedad.... y hasta la ven como injusta, porque no se llega a entender el porque de la misma paga... tanto para el trabajador que empezó antes que otro...
Los obreros de la primera hora expresan esta sensibilidad, cuando manifiestan su disconformidad con el dueño de la viña, que paga a los obreros de la última hora el mismo jornal que a ellos. Evidentemente, Jesús estaba conciente de que esta parábola no responde al concepto de la justicia conmutativa y social. Pero por eso mismo la cuenta, para hacernos comprender que la justicia de Dios es diferente de la justicia de los hombres, y que el Reino de Dios no es el fruto de nuestro esfuerzo.

Jesús se distanciaba así de la tradición rabínica de los fariseos que consideraban la relación entre los judíos y Dios como un contrato, donde los que cumplían con la ley mosaica recibían la recompensa de parte de Dios; mientras los que no la respetaban, quedaban excluidos.
En realidad, ninguna persona es capaz de cumplir con todos los requisitos de la ley. Hay muchos que no se presentan a primera hora y que buscan a Dios cuando su vida está avanzada o ya por acabarse. Y es ahí, dice Jesús, que Dios se manifiesta a sus hijos como Padre solicito.
Si el dueño de la viña sale repetidas veces a la plaza a ofrecer trabajo y remuneración, desde el amanecer hasta la última hora antes de la puesta del sol, es, porque no quiere que falte a nadie la recompensa.
San Pablo había sido un defensor fanático de la doctrina farisaica. Cuando se convirtió, descubrió y enseñó que la ley servía solamente para tomar conciencia de nuestra condición pecadora, y que lo que nos salva es exclusivamente la fe en Cristo.

Jesús era una manifestación permanente de este amor de Dios. Fueron justamente los fariseos quienes lo hostigaban por su cercanía a los marginados. Él defendía la mujer adúltera; comía con los publicanos; perdonó los pecados al paralítico; y prometió al buen ladrón el paraíso poco antes de morir. “Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para el mundo se salve por él” (Jn 3, 17).

Con esta afirmación no se niega el reclamo de una justicia equitativa en el orden temporal. Los padres en Aparecida decían, que la misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañadas por la búsqueda de una verdadera justicia social, que vaya elevando el nivel de vida de los ciudadanos, promoviéndolos como sujetos de su propio desarrollo. En su Encíclica Deus Caritas est, el Papa Benedicto XVI ha tratado con claridad inspiradora la compleja relación entre justicia y caridad. Allí nos dice que “el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política” y no de la Iglesia. Pero la Iglesia “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.
Es tarea de la Iglesia ayudar con la predicación, la catequesis, la denuncia, y el testimonio del amor y de justicia, para que se despierten en la sociedad las fuerzas espirituales necesarias y se desarrollen los valores sociales. Los discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas. La justicia y la misericordia deben ir juntas. Decía san Alberto Hurtado: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor”.

Pidámosle al Señor que nos transforme para poder ser testigos de la justicia, pero sobre todo de su misericordia...