jueves, 12 de marzo de 2009

Caridad y Justicia en el pensamiento de Juan XXIII

Cuando se es “luz en el Señor” y cuando se camina como “hijos de la luz”, se satisfacen mejor las exigencias fundamentales de la justicia aun en las zonas más complejas y difíciles del orden temporal, en aquellas en las que no raramente esparcen y difunden densas nieblas los egoísmos individuales, de grupo y de raza.

Cuando se está animado por la caridad del Señor se siente unido a los otros y se sienten como propias las necesidades, los sufrimientos, las alegrías de los demás, y en consecuencia, el obrar de cada cual, sea cual sea el objeto y el ámbito en que se concreta, no puede por menos de resultar más desinteresado, más vigoroso, más humano, puesto que la caridad "patines est, benigna est… non quaerit quae sua sunt… non gaudet super iniquitate, congaudet autem veritati…omnia sperat, omnia sustinet" (es paciente, es benigna… no busca lo suyo… no se alegra por la injusticia, sino que se congratula con la verdad… todo lo espera, todo lo soporta) (1 Cor. 13, 4-7)

La época que vivimos parece toda ella inclinada a la búsqueda y al triunfo de la justicia social. Y esta justicia, mientras es y permanece puro el Evangelio, merece todo nuestro respeto y colaboración hasta el punto de imponerse a la conciencia de cada uno.

Pero la justicia, confiada como está al libre arbitrio y a las pasiones humanas, muchas veces encuentra obstáculos para resolver todos los problemas de la convivencia social.

El gran precepto y la gran tentación se presentan a todos: no robar, no estafar el salario de los obreros, no oprimir a los pobres, no abrigar ansias desmesuradas de riquezas perecederas.

En las relaciones de orden político y económico, no digo que no existan ya personas honestas y respetuosas del bien ajeno, pero de hecho, una de las más grandes tentaciones de la vida a la que ceden muchos hombres más o menos notoriamente es ésta: codiciar y robar.

Todo puede convertirse en un hurto justificado con las más diversas palabras.
Todo es deseo, placer y, a veces, violencia atroz; de la astucia refinada y del engaño más sutil del aliena apetece (ambicionar lo ajeno) del principio, se llega a la abominación que se transforma en exterminio de ciudades, naciones y pueblos.

Es necesario esforzarse por adecuar la propia situación a la creciente necesidad de una más profunda justicia y equidad.

Ésta es una clara enseñanza de la doctrina cristiana; pero al mismo tiempo hay que tener presente que sólo la fe y el amor de Dios pueden calmar las abundantes angustias, con las de orden económico, e infundir la energía para continuar en la paciente fatiga de cada día.

En esta época, ante las miserias que afligen el mundo, muchos se descorazonan, o renuncian y se sienten tentados de renunciar al esfuerzo, o al menos de aflojarlo, algo así como el Profeta Jonás, que senado tristemente a la sombra de un arbusto, esperaba la muerte...
Sólo la fortaleza del Espíritu Santo puede sostener a los cristianos en la lucha por el bien y hacerles superar felizmente las contradicciones y las dificultades!


Juan XIII. Su pensamiento espiritual. Selección y Traducción de José Luis González-Balado. Editorial Planeta.

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